martes, 20 de julio de 2010

Sucesos del 20 de julio de 1810

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Por: José Acevedo y Gómez

En carta de José Acevedo y Gómez –dirigida a su primo socorrano, Miguel Tadeo Gómez– encontramos un relato de primera mano sobre lo sucedido en Santafé el 20 de julio de 1810. Ha sido publicada en el Boletín de Historia y Antigüedades (Vol. XVI, Nº 192, diciembre de 1927; Pp. 741 – 756) y recientemente por Guillermo Hernández de Alba en Cómo nació la República de Colombia. Bogotá: Academia Colombiana de Historia, 2004; Pp. 65 – 69.
La carta dice:

Santafé, 21 de julio de 1810
Señor don Miguel Tadeo Gómez.
Socorro

A las siete de la mañana, querido primo, grandes acontecimientos políticos. ¡Somos libres! ¡Felices de nosotros! Se completó la obra que comenzó esa ilustre provincia. Antes de ayer averiguó este pueblo que unos cuantos facciosos europeos nos iban a dar un asalto en la noche de ayer y quitar la cabeza a diez y nueve americanos ilustres, en cuya fatal lista tengo el honor de haber sido el tercero, Benítez el primero y Torres el segundo. Esta noticia, semiplenamente probada por el infatigable celo de nuestros alcaldes Gómez, europeo ilustre, y Pey, patricio benemérito, con la del horrendo asesinato que hizo en esa villa el tirano Valdés, puso furioso al pueblo de Santafé, que antes tenían por estúpido. La noche del 19 vino el pueblo a guardarme, y si no le he contenido se precipita sobre los cuarteles.

Ayer 20 fueron a prestar un ramillete a don José González Llorente para el refresco de Villavicencio, a eso de las once y medio día, en su tienda en la primera Calle Real, y dijo que no lo daba; y que se c… en Villavicencio y en todos los americanos; al momento que pronunció estas palabras le cayeron los Morales, padre e hijo; se juntó tanto pueblo, que si no se refugia en casa de Marroquín, lo matan. En seguida, como a eso de las dos de la tarde, descubrieron al alcalde toda la conspiración. El pueblo no le permitió actuar: descerrajaron la casa de Infiesta, jefe de ella y si no lo rodean algunos patriotas, brillaban los puñales sobre su pecho, lo mismo que sobre Llorente, a quien también sacó de su casa con Trillo y Marroquín, que escapó vestido de mujer, pero le cogió el alcalde Gómez en una sala de armas. El virrey mandó escolta para auxiliar a la Junta. Yo estaba en mi casa con otros amigos, cuando a la oración vino el pueblo y me llevó a cabido, pidiendo las cabezas de Alba, Frías y otros, con la libertad de Rosillo. La plaza estaba completamente llena de gente y las calles no daban paso. Subí y al instante me nombró el pueblo para su Tribuno o Diputado, y me pidió le hablase en público, haciéndome mil elogios. Calló, y le hice una arenga, manifestándole sus derechos y la historia de su esclavitud, y principalmente en estos dos años, con la de los peligros que habíamos corrido sus defensores. Le demostré la peligrosa cruz en que se hallaba si prevalecía la tiranía y la fuerza.

En seguida me gritó que reasumía sus derechos y estaba pronto a sostenerlos con su sangre; que extendiese el acta de libertad en los términos que me dictaran mi patriotismo y conocimientos; que le propusiera diputados para que unidos al Cabildo le gobernasen ínter las provincias mandan sus diputados, excluyendo de este cuerpo a los intrusos.

Entré a la sala, extendí el acta el acta constitucional, formé la lista de diez y seis diputados. Salí a la tribuna, hice otra pequeña arenga, leí la lista, la aplaudió, y notando que faltaba mi nombre, dijo que debía ser el primero. Y añadió otros vocales, insistiendo en que iba a forzar la prisión de Rosillo. Le aplaqué, ofreciéndole que el primer acto del nuevo Gobierno sería la libertad de este ilustre vocal; que usara el pueblo con dignidad de sus derechos y no comprometiera con violencias la seguridad de ningún ciudadano. Oyó mi voz. ¡Qué placer es merecer la confianza de un pueblo noble! Llegaron a Cabildo los diputados, prelados, jefes, autoridades, etc., y el oidor don Juan de Jurado, comisionado por su Excelencia para… [palabra ilegible en el original]. Era tal la confusión que nadie se entendía. El pueblo gritaba que si no era cierto que tenía que pelear con tiranos, se le entregase la artillería. El virrey la puso a disposición de don José Ayala, quien con cien paisanos se unió a su comandante. Pidió también una compañía para guardia de las Casas Consistoriales, comandada por Baraya, y la mandó, pero no cesaban las desconfianzas. A las doce de la noche se trató de acordar, comenzaron a dar votos disparatados y a pedir la lectura del acta del pueblo, certificada por el Excelentísimo, y dije que el Congreso no tenía ya autoridad para variar la institución del pueblo. El síndico dijo lo mismo; el oidor se oponía, y revistiéndome de la cualidad del Tribuno, salí al medio de la sala. Hice una arenga y declaré reo de lesa majestad al que se opusiera a la instalación de la Junta. El pueblo me abrazaba, etc. El asesor del Cabildo siguió el mismo dictamen, y el síndico, cuyo voto fue el primero que puse, dijo lo mismo. Se retractaron los cuatro que habían propuesto adjuntos para el virrey.

Hablaron los nuevos vocales divinamente. El Demóstenes Gutiérrez se hizo inmortal. Torres, Pombito, etc. El pueblo gritaba lleno de entusiasmo. Jamás Atenas ni Roma tuvieron momento tan feliz, ni fueron superiores a sus oradores a los que hablaron la noche del 20 de julio en Santafé. Resultó por unanimidad que no había facultad para variar el acta extendida por el Diputado del pueblo; que jurasen los vocales y se instalase la Junta.

El oidor quiso dar parte al virrey antes, y el pueblo gritó que era un traidor, pues sujetaba la soberanía del pueblo a la decisión de un particular. Me asombré cuando oí esta proposición en boca de gentes al parecer ignorantes. No hubo arbitrio: se instaló la Junta unida al Cabildo. Hice presente al pueblo la consideración que debía a don Antonio Amar por su prudencia en esta circunstancia, y las políticas que debían tenerse presentes para que lo hiciera presidente. Gritó que viva Amar. No, no es tirano pues que lo abona nuestro diputado: sea presidente. Fue una diputación a Su Excelencia, a las tres de la mañana, compuesta del arcediano, cura Omaña, Torres y Herrera, con el oidor; le dio parte de todo; recibió con sumo gusto la noticia y aceptó el cargo con que le honró el pueblo, ofreciendo reconocer la Junta a las nueve de hoy y recibirse, suplicando sí que le dispensasen venir a Cabildo, pues está malo. Enseguida, la han reconocido todos los cuerpos que estaban presentes, el Cabildo, prelados, Gobierno Eclesiástico y los jefes militares, con expresa orden del Virrey. Sólo falta la audiencia de algunos prelados, etc.

Tenemos que ir a las nueve a la primera sesión, en que quedarán concluidas todas estas formalidades. El pueblo no creyó los juramentos de Sámano. “Quito –gritaban- y el Socorro acusan a estos pérfidos”. Sámano consignó el bastón muy sentido. Yo aplaqué al pueblo. Hay en este momento, que son las ocho de la mañana, sobre 4.000 hombres a caballo, que han entrado de la Sabana, y mi casa no se entiende. Toda la noche ha estado el pueblo frente a mi balcón gritando vivas; mi mujer y mis hijos no se han acostado. Ésta fuera una Troya si el virrey no se porta como se portó. Las campanas no han cesado de tocar a fuego; todo iluminado. El pueblo registró todas las casas sospechosas, pero no hizo daño alguno; sólo recogió las armas y municiones. En este estado nos hallamos.

Adiós, mi querido primo.

José Acevedo y Gómez.

[P. S.] La constitución debe formarse sobre bases de libertad, para que cada provincia se centralice, uniéndose en ésta por un Congreso Federativo. Está jurada así por todos (palabra ilegible) por mi Patria a su valor y a sus desgracias debemos esta resolución. ¡Qué viva la Esparta de la América, el terror de los tiranos! Dí a mis queridos paisanos que los adoro, que somos libres por su valor y constancia, que se estén tranquilos pero avisados. Allá irá Plata, con el acta impresa. Benítez es vocal y Gómez el clérigo, mis dignos paisanos.

(Hay una rúbrica)

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